30.9.05

 

Por Denis Rodman


Al él ya se lo habían dicho, pero como siempre está con eso de que “a mi nadie me dice nada”, no hizo caso. Fue al cumpleaños de su amigo. ¡Nene, en el cumpleaños de un amigo no te podés levantar a las amigas de ese amigo! Pero no hizo caso, como siempre.
La historia es así: la vio ni bien cruzó la puerta. Una morocha descomunal, y no por no pertenecer a ninguna comuna, de hecho se va a presentar cuando en la ciudad de Buenos Aires se haga la división de comunas para presidir la que le corresponde a su zona. Los ojos marroncitos y chiquititos. Sentadita en un sillón con una amiga: una cosa un poco exagerada, demasiadas curvas y un conductor ebrio. A la de grandes dimensiones le sobraban unos… 79 centímetros de cadera.
Se le tiró a la morocha, rebotó. Le dijo a la gorda que se corra porque sino no se le podía tirar, seguiría rebotando en ella. La gorda se corrió pero las cosas no cambiaron. Se le tiró otra vez y cayó justito, justito al lado. Justito, justito donde estaban los anteojos de la morocha que se internaron en la goma espuma de los almohadones del sillón.
Podría pensarse, si, si: “ahora no va a ver bien, capaz sin anteojos el pibe se la levante”.
Pero sucedió lo peor, ni siquiera lo vio.

No intentes levantarte a nadie en un cumpleaños de un amigo ¡¿No ves que no se puede?!

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